El mundo del libro ha sufrido dos grandes pérdidas en la ciudad de México: el cierre de dos de las librerías más emblemáticas e históricas de la capital. La Librería Letrán y la Librería Salvador Allende de Copilco eran dos referentes de la vida cultural de la urbe y acumulaban entre sus paredes una buena parte de esa historia no tan lejana en que vender libros era algo más que un negocio y se convertía en una aventura, en una lucha por devolver a este país espacios de libertad y conocimiento.
Estos cierres, junto con el de más de 385 librerías en los últimos ocho años, han puesto en evidencia su fragilidad, pues deben competir con nuevos espacios de ocio a los que se ha integrado el libro, o con librerías que ofrecen una selección más amplia de novedades y fondo, junto con otras atracciones para el comprador, como la ya casi omnipresente cafetería.
Estos cierres también manifiestan una incapacidad para innovar y adaptarse a los nuevos tiempos y gustos del lector actual con recursos que no están al alcance de las librerías convencionales. Los competidores fuertes son las grandes superficies y también las ambiciosas propuestas que han sabido ofrecer a sus clientes, a lo largo de los últimos 30 años, por ejemplo Gandhi y El Sótano, que han captado a su público gracias a que le brindan de manera llamativa lo que busca. Más allá del análisis concreto de los dos casos citados, no deja de ser una contribución interesante al debate de que el cierre de pequeñas y medianas librerías se ha cargado a la cuenta de la aparición y extensión de las grandes superficies en la venta de libros.