Que el esfuerzo persistente da sus buenos frutos lo demuestra la obra que el lector tiene en sus manos. Como manifiesta el autor en algún lugar de estas páginas, su familia hizo el sacrificio de dejarle partir durante un largo tiempo a España y él se aventuró a iniciar su experiencia europea en la más antigua de nuestras Universidades.
Había tenido yo la fortuna de conocerlo varios meses antes en una brumosa mañana bogotana, de la mano de nuestra común amiga María Cristina PATIÑO GONZÁLEZ -mi querido alter ego colombiano- y entre los tres nos planteamos en serio su estancia de investigación en Salamanca para el curso siguiente.
La acogedora ciudad castellanoleonesa lo recibió como suele hacer con todos los que de afuera hemos llegado, con la apacibilidad de la que hablaba CERVANTES y que permanece incólume con el pasar de los tiempos. El autor se adaptó enseguida a la vida estudiantil, pero empezó bien pronto a destacar por su dedicación excepcional al estudio y a la reflexión, consciente de la necesidad de aprovechar al máximo y lo más intensamente posible las fortalezas que le podía ofrecer el antiguo Estudio salmantino y aquellos que nos honramos en formar parte del él.