Colombia siempre se rigió en materia de derecho y justicia por las orientaciones de la cultura latina. El derecho romano resultó ser más fundamental que el anglosajón en las facultades universitarias. Las citas aquí se hicieron en los libros sobre los grandes orientadores de la jurisprudencia en Francia, en Italia o en España. Hicimos la patria sobre las bases latinas del Derecho.
Por esos vaivenes que la modernidad le ha dado al mundo. Por la sorpresa e incapacidad con que nuestras culturas y nuestros juzgados y tribunales afrontaron el fenómeno desquiciador del consumo de narcóticos por los norteamericanos, nuestra justicia inerme ante el vértigo del dinero vertiginoso que reproducían las prohibiciones moralistas del imperio, terminó claudicando ante la determinación adoptada desde Washington que ordenó que ese flagelo sólo podría combatirse en las entrañas de Colombia y no en las calles y ciudades norteamericanas y, mucho menos en los bolsillos o en las narices de sus ciudadanos.
Como quien financió esa batalla de defensa de las instituciones judiciales fueron las arcas del imperio, a ellos, en su prepotencia se les ocurrió, como anglosajones, que la falla de nuestros procesos era la ausencia de la justicia oral, al estilo norteamericano y sin estudiar a fondo lo que podría suceder, sin conocer la manera de comportarse del colombiano, nos la decretaron.
Las ventajas que inicialmente se creyeron conseguir con la agilización de los procesos, pronto se han ido convirtiendo en lastre para que ellos avancen, pero sobre todo para que conserven la imagen de equidad de la justicia. Con el paso de los días, los problemas han sido mayores y al hacerse notoria la hibridación de la escuela latina del derecho con la anglosajona, el choque cultural ha generado resultados peligrosísimos.
El más grave de ellos es el motivo de este estupendo libro de Luis Gustavo MORENO: El falso testimonio.
Con la habilidad maldadosa de que hacemos gala los colombianos y que nos ha servido para tener lista la trampa apenas se dicte la ley, la justicia oral, fruto de la hibridación y no de la razón jurídica y cultural, dio a luz al testigo falso.