Me temo que he acompañado mucho, tal vez demasiado, estos Relatos del país del Orinoco, como para no tener una conexión filial tan grande con ellos como con su autor.
Es para mí grato compartir que fui el primer lector de estas historias, el primero en hacer comentarios, críticas de todo aquello que se me antojó. Tuve el placer de contar con el aval del escritor para enderezar ciertas líneas. En mi intento por mejorar la calidad del texto pensé y aconsejé posibilidades estilísticas, relaciones con literatura mundial y todo cuanto
pude en concordancia con teorías literarias de las que los lingüistas o, incluso, nosotros los filólogos somos tan devotos cuando no entendemos la obra como un todo; teorías que no son más que eso, teorías, y no leyes en mármol inamovibles que deben regir como por mandato de dioses cada texto sobre la faz de la tierra.
Así pues, la tarea del escritor ha consistido en navegar
en el espacio y en el tiempo, incluso a los parajes que solo persisten en sus sueños, para pescar imágenes y vivencias que luego, encapsuladas con letras en pequeñas semillas, serían distribuidas y sembradas en estos relatos. De este modo, con el tiempo, como pasa con cualquier semilla, bajo las condiciones adecuadas de abrigo, nutrientes, y buenas intenciones, podrá germinar naturalmente en las mentes de sus apreciados lectores.
