Frente a la cobardía moral tristeza y depresión- tan común en el sujeto contemporáneo, el psicoanalista no responde haciéndose cómplice de la solución ofrecida por la química farmacéutica, sino con una clínica de las afecciones del sujeto. El soporte teórico de esta clínica es un debate entre lo pasional y lo intelectual, el cual trasciende una psicología de los sentimientos y descarta la filosofía de la emoción. En lugar de proponer técnicas de descarga emocional para recuperar el equilibrio perdido o de acudir a explicaciones genéricas, ambientales y neuronales del desbordamiento de las emociones, se toma la vía de las pasiones. El afecto no hay que entenderlo como una enfermedad del alma a combatir con la razón o en su defecto, como un medicamento, sino como una gama de estados del ser que deben examinarse, caso por caso, en su aspecto pasional y teniendo en cuenta su relación con el deseo insatisfecho y la ética de un sujeto responsable de su posición en el mundo.
Las implicaciones del exterior y del cuerpo en el análisis de la depresión, el miedo, la angustia, el estrés, el pánico, el terror el trastorno de ansiedad, la tristeza, el mal humor y la felicidad, no es algo que el psicoanálisis descarte. Tampoco considera falso que, en ciertos casos, el alma desolada precipita alteraciones neurobiológicas y afecta la apetencia sexual o hace caer las defensas protectoras de la enfermedad. Pero la apuesta de la clínica psicoanalítica es por un abordaje de las pasiones en donde las enfermedades del cuerpo, ligadas a las alteraciones emocionales, no se reduzcan a expresiones de tipo orgánico y más bien se tenga en cuenta cómo dicho cuerpo se ve el lenguaje. No hay pasión positiva o negativa- externa al lenguaje y al vínculo social.
