La mitad del material con que están compuestas estas leyendas fue inventado por los primeros zapotecas. La otra mitad la inventé yo. Inventé, también, una manera de narrarlas. Hice algo más: di unidad a ese material, antes disperso. Pero quizá lo único personal que haya aquí sea eso: la manera de contar estas mitologías. Cuando alguno ha vuelto a contar alguna de estas leyendas, aunque la transcriba, no me llamo a plagiado, ni me duelo. Por el contrario, me alegra comprobar que estas fábulas no contradicen el espíritu de mi pueblo, hasta el grado que haya quien pueda atribuirlas a tradición oral. En cuanto a la incidencia en el tono, en el ritmo, aun en las palabras mismas con que yo las referí, me da orgullo: el de saber que no podrán ser referidas sino al modo como yo lo hice.
Al reeditar este libro, lo enriquezco con algunas pequeñas leyendas, redactadas a raíz de la primera edición, todavía tembloroso el pulso que lo trazó, todavía enfebrecida la frente que lo fraguó.