Entender al Derecho Constitucional como derecho "estatal-nacional" no implica negar la influencia o el aporte de la globalización. La llamada "internacionalización" de los derechos humanos (en su doble aspecto, normativo y jurisdiccional) ha constituido un salto cualitativo de innegable significación. Pero, del mismo modo que ocurre en otros ámbitos (por ejemplo en la economía), debe admitirse que no todos los efectos de la llamada globalización han sido positivos.
La perspectiva globalizadora no es inocente, inocua o neutra; recibirla con una actitud desprevenida, sin beneficio de inventario, sin el filtro de una perspectiva nacional, lleva a proyectar a-críticamente la lógica internacionalista del mercado a la lógica estatal-nacionalitaria del derecho, sacrificando a ésta en favor de aquélla.
El Derecho Constitucional no es solamente un derecho estatal, es también un derecho nacional, que debe tener como referencia a una comunidad específica, a un pueblo con una identidad intransferible, cuya voz no se agota en los márgenes de la representación institucional. No creo, por ello, que la Constitución sea lo que algún poder constituido diga que es; razonar de este modo supone -en alguna medida- consagrar la paradoja de colocar a los mandatarios por sobre el mandante.
Éste es un libro escrito por alguien que se ha dedicado a leer y a reflexionar sobre lo que ha leído. Y que también ha actuado en la gestión pública (en funciones fuertemente vinculadas al Derecho Constitucional) procurando aplicar lo que ha leído y actuar en función de lo que ha reflexionado.
Creo que teoría y práctica no son constitutivamente incompatibles sino que expresan diferentes planos de inserción en la realidad. No comparto el juicio según el cual la teoría es un corset y la práctica política un ejercicio amoral. Creo, en suma, en la "utilidad" de la ciencia y en la "nobleza" de la política. Más allá (o a pesar) de los malos ejemplos. Y de los malos gobiernos.
Los malos gobiernos no son la peor condena que puede sufrir un pueblo. La madre de todos sus males es la ignorancia; una ignorancia que no es ausencia de erudición sino desconocimiento del valor del propio protagonismo.
En ese contexto, escribir un libro de Derecho Constitucional implica asumir un compromiso intelectual y también moral. Un acto de civismo tendiente a poner de manifiesto la relación existente entre el derecho (y sus instituciones) y la calidad de vida.